Ella era de agua, con superficie serena pero constantes
corrientes internas. Sin moverse nos
movía y sólo bastaba hablar de un antojo, contar un sueño o pedir un deseo, lo
que fuera sucedía. De mirada distante,
pero siempre pendiente, siempre escuchando, siempre atendiendo.
Si tuviera que describirla en dos palabras, serían “apapacho”
y “sonrisa”.
G.