Yo tuve la graaaaan fortuna (ajá) de enfermar de gripa durante esa divertida crisis, lo que provocó que algunas personas en la oficina huyeran de mi presencia, se rehusaran a saludarme o a estar cerca de mí, y finalmente se me invitara a tomar unos días de descanso en casa.
Eso fue sólo en el trabajo, pero la vida entre la multitud no fue más fácil. Tenía que andar con cubrebocas si quería permanecer en un lugar público, con las respectivas miradas de odio que despertaba mi atuendo leproso y manteniéndome alejada de todos. Si osaba estornudar o toser, más me valía irme del lugar lo más pronto que pudiera. Cuando me veían caminar con el cubrebocas puesto, la gente literalmente me abría paso y me daba la vuelta para no tener que pasar junto a mí.
Lo peor vino cuando salí del baño y pasé entre las mesas, porque la misma mujer comenzó a gritarme desde su mesa. Insultos, groserías y la exigencia de que me largara de ahí y dejara de exponerlos a lo que ella pensaba que sería una muerte segura. PATÉTICO.
Yo me pregunto si con el paso del tiempo la mujer logró ver la manipulación tan profunda que había sufrido su cerebrito de aserrín durante esos días. Si se había tomado al menos 5 minutos para analizar las noticias y darse cuenta que a pesar de la terrible epidemia que anunciaban, no había muertos reales, no había ninguna persona conocida que hubiera padecido tan terrible enfermedad, y mucho menos que hubiera muerto de ella.
Yo creo que tampoco pensó todo lo que pudo desencadenar la crisis de histeria que tuvo aquél día en el restaurante. En el instante, pudo haber desencadenado mayor violencia, golpes, heridas, etc. Y en forma más trascendental, afectar al restaurante en tantos niveles, llegando finalmente a la economía familiar no sólo de los dueños, sino de cada uno de los empleados.
Y los que causan situaciones como ésta, difícilmente aprenden la lección. Seguirán como si nada, sin volverse conscientes de sus errores, sin reflexionar antes de agredir, sin oponer un poquito de resistencia a la imposición de criterios pre-fabricados.
Qué fácil es opinar sin fundamentos. Qué fácil es destrozar una reputación que lleva tantos años y tanto esfuerzo construir. Qué fácil es seguir la corriente y hacer caso a todo lo que se nos dice en la tele o en internet sin dedicarle al menos cinco minutos de reflexión. Qué fácil es abrir la boca y dejar salir palabras sin pensar, sin tomar responsabilidad del alcance que tendrán.
G.
Huyendo de los zombies
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