La vida es una serie de sucesos en colisión. Decisiones, acciones y una pizca de matemático azar.
Cada día salimos de la cama sin saber qué va a pasar. Sin saber de qué forma y en qué instante colisionarán nuestras acciones con las de los demás. ¿Cómo influirá en los demás si salgo tarde de casa? ¿Qué pasará si olvido responder un mensaje? ¿En qué afectará si me levanto molesta de la mesa? ¿A quién será la última persona que vea el día de hoy? ¿Qué le diré?
Son demasiadas preguntas, demasiados escenarios, demasiadas rutas probables… demasiadas “pequeñeces” con las que preferimos no abrumarnos.
Pasa el tiempo y todavía no logro dejar de preguntarme todos los días por qué debo sentirme agradecida, por qué debo agradecer que los cuatro individuos que un día tomaron mi vida en sus manos, decidieron devolvérmela. Por qué debo agradecer que después de todo no fue tan malo. Por qué debo agradecer que después de todo decidieron dejarme ir.
Hace siete años cuatro individuos jugaron con mi vida como si se tratara de una bola de papel. No los perdono, ni les agradezco. Y lamento inmensamente que nuestras vidas hayan colisionado una tarde de octubre. Lamento que una serie de mis acciones me haya llevado a cruzarme en sus caminos. Acciones, decisiones y una pizca de matemático azar.
7 años han pasado y todavía me acuerdo como si hubiera sido ayer.
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