Ahí estaba, encorvada, deseando que el interior de mi pecho se ampliara lo suficiente para que entrara a la primera todo el aire que estaba intentando capturar con la nariz.
No recuerdo qué hora era, si estaba la televisión prendida o si era día de escuela, pero recuerdo claramente el sonido de mi pecho, el cansancio de mi espalda y la forma en que temblaba toda. Eso, lo que recuerdo, era lo único importante. Como en una película, estaba aislada de todo lo que había a mi alrededor. Fue en ese justo momento en que pensé "qué bonito es respirar normal, la próxima vez que pueda hacerlo, de verdad que lo voy a disfrutar".
Debe ser por eso que disfruto tanto las largas caminatas y todo aquello que al final amerita una profunda y ancha inhalación, de ésas con las que se siente cómo la vida entra por la nariz llenando no sólo los pulmones sino el cuerpo y el alma entera; de ésas que invitan a abrir los brazos, levantar la cara y recibir con una gran sonrisa lo que sea que esté por venir.
¿Cursi? No. Sólo un poco enfermiza...
G.
Reviviendo los achaques de la infancia.
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